La voluntaria de la ONCE Paloma Bardón ha recibido uno de los Reconocimientos al Voluntariado 2025 de la Comunidad de Madrid
Ha sido también seleccionada como la Voluntaria del Año en el ámbito de la Delegación Territorial de la ONCE en la región
Además, Paloma también ha sido reconocida como la Voluntaria del Año 2025 en el ámbito de la Delegación Territorial de la ONCE en la Comunidad de Madrid, en el acto que celebra este centro cada año coincidiendo con ese Día Internacional del Voluntariado, y que en esta ocasión tuvo lugar el pasado 4 de diciembre.
“Al principio, en la Comunidad de Madrid, sientes un poco el síndrome del impostor, porque al ver a los demás galardonados (personal de emergencias de la Cruz Roja, gente que trabaja con niños en hospitales o con niños enfermos en otros países...) ves que es un esfuerzo mucho más grande que el que me supone a mí. Era un poco como que lo que yo hago no tiene tanto valor como eso, pero, por supuesto, es una cosa que agradezco, y entiendo que la ONCE me presentó por el tiempo que le dedico o por la ilusión que le pongo a lo que hago, simplemente”, reconoce Paloma.
Y también con total humildad piensa que “el reconocimiento de la ONCE, yo creo que es un poco por el tiempo que llevo y porque creo que por parte de las personas afiliadas que han ido conmigo no ha habido ninguna queja y el ratito que hemos compartido ha sido agradable para ellas. Esa es la única razón que veo”, asegura.
Un cara a cara con la ceguera
Formada en estudios de Sociología, en la actualidad Paloma Bardón tiene 68 años -que vaya por delante- y está jubilada desde los 55, ya que la entidad bancaria en la que trabajó durante muchos años le ofreció la oportunidad de retirarse a esa edad. “Esto me permitió disponer de algo más de tiempo libre para dedicárselo a otras personas, más allá de mi propia familia” -afirma-, a la que le dedica una buena parte de su vida.
Pero Paloma se decantó por el Voluntariado de la ONCE debido a que hace 33 años, en el año 1992, tuvo un cara a cara con una inminente ceguera. “Me tuvieron que operar los dos ojos, estuve un mes ingresada en un hospital, estuve seis meses de baja, y milagrosamente, no se sabe cómo, salí perfectamente. Al principio me dijeron, no puedes montar en avión, no puedes tirarte de cabeza en la piscina (que nunca lo había hecho, por otro lado), no puedes hacer esto o lo otro..., pero luego va pasando el tiempo y vas perdiendo el miedo”, cuenta.
Fue a partir de entonces, al llegar a su jubilación a esos 55 años y ver que tenía algo de tiempo libre, entre cuidar de sus padres y de su nieto pequeño, cuando decidió dedicarlo a ayudar a los demás en algún voluntariado, algo en lo que ella siempre había pensado. “Yo creo que es importante ayudar a los demás, y decidí hacerlo en la ONCE para aprovechar la vista que, por suerte, yo tenía, y ponerla a disposición del que no podía ver, lo tuve muy claro”, asegura.
“Además -añade-, estuve investigando un poco en organizaciones que tuvieran voluntariado, me encontré con que la ONCE lo tenía, y vi que es un voluntariado muy fácil de hacer, tú puedes decir las horas que puedes dedicar, los días que puedes hacerlo, yo sigo teniendo obligaciones familiares, con lo cual no podía destinar un día determinado en la semana ni unas horas determinadas, si me voy de vacaciones o a algún viaje, pues no tengo el compromiso de estar. Entonces, eso fue también lo que me llevó a hacer el voluntariado de la ONCE, y de esto hace ya 13 años”.
Su primer servicio, recuerda, fue con una usuaria afiliada, Florentina, con la que todavía sigue manteniendo relación, y lo hizo sin ningún tipo de reparo. “Yo nunca había tenido relación con una persona ciega -dice- pero es que para mí una persona ciega es una persona que no tiene una habilidad, lo mismo que yo no tengo otras habilidades, yo no sé manejarme en informática y tiro de las personas que saben o a mí no me gusta la cocina y tiro de las recetas de otras personas”. “Yo creo que el trato con estas personas debe partir del sentido común, ponerte en la postura, en la posición de la otra persona, y actuar como crees que deberían actuar contigo, ¿no? No veo más misterio”, asegura.
Y desde aquel primer encuentro con Florentina, como voluntaria de la ONCE Paloma ha hecho “de todo, de todo. He montado un tándem, he ido a misa con una afiliada, he preparado mesas para un torneo de ajedrez, he ido a un desfile de modelos, he recogido pelotas en un torneo de tenis, he ido a muchos hospitales, muchos médicos, he organizado documentación de gente, he mirado botes de especias a ver cuál estaba caducada… De todo, absolutamente de todo, en 13 años te da tiempo a hacer de todo”.
Empatía y saber escuchar
Para Paloma Bardón realizar este tipo de voluntariado significa prestar a las personas usuarias las habilidades de las que puedan carecer debido a su discapacidad visual o ayudarlas a manejarse si acaban de perder la visión. “Una cosa que he aprendido a lo largo de estos años es a no cuestionar nunca las necesidades de las personas, porque hay mucha gente que dice, bueno, es que esta persona podía ir solo, o podían ir sus hijos, o podía ir su tal... Yo jamás me cuestiono eso, porque intento ponerme en la situación de la otra persona y los hijos o las parejas a lo mejor tienen trabajo u otras circunstancias que se lo impiden. Jamás, jamás me cuestiono por qué se necesita ese servicio. A veces solo es compañía, simplemente, o que una persona quiera salir de ir con ese hijo o ese marido o mujer”, explica.
En su forma de actuar su clave es: “yo lo único que intento es que en ese rato que estamos esperando un médico, que estamos paseando, que estamos lo que sea, la persona se olvide, a lo mejor, del problema que le ha llevado al médico. O a lo mejor hay gente que hace poco tiempo que ha perdido la visión y todavía está en ese proceso de enfrentarse con esa nueva realidad, y en ese tiempo que estamos charlando no es que me cuente los problemas que tiene, porque la relación no es tan íntima, sino hablar de cosas que hagan que ese rato que está conmigo sea agradable”.
“Alguna vez hasta se me olvida que la persona con la que voy no ve y bueno... Pero, vamos, no he tenido nunca ni ningún despiste, ni ningún accidente, ni nada”, asegura. Y eso que reconoce que ella es muy despistada y sí recuerda que, en una ocasión, acompañando en el metro a una mujer afiliada, “que tenía mucho miedo, además, en ir en metro -dice-, no sé cómo, acabamos en la estación de Diego de León, que, tiene una salida complicadísima. Nos tiramos media hora en el metro para salir. La mujer me decía, no te preocupes, si con esto ya es terapia de choque, ya se me quitan todas las fobias”, sonríe al acordarse.
Pero, a pesar de esta historia tan especial, a Paloma uno de los momentos más curiosos que se le viene a la cabeza es un día que asistió a un torneo de tenis para personas ciegas, en el que su función fue recoger las pelotas. “Yo digo habiendo tantos deportes como hay, y que unas personas ciegas elijan el tenis, que no dan más de tres raquetazos seguidos, eso me llamó mucho la atención. Ahí recogí todas las pelotas del mundo, pero me parece que tiene mucho valor”, relata.
Torneos de tenis, de ajedrez, piloto de tándem, compañera de psiquiatras, cantantes de canciones de Sefardí, senderismo... Paloma ha hecho casi casi de todo, como ella misma decía, incluso el voluntariado en ONCE le ha servido para recuperar una vieja amistad... “Después de muchos años que hacía que había perdido el contacto, una vez en una solicitud de voluntariado vi a una antigua compañera de trabajo, que ahora era afiliada, y hemos retomado el contacto”, cuenta.
Y es por todo ello, por tantas y tantas vivencias, por lo que Paloma Bardón no duda en recomendar el Voluntariado de la ONCE a todas aquellas personas que se lo puedan estar planteando. “Por las experiencias que vives, las personas que conoces, que te dan una lección de vida, y por la facilidad que tienes para organizarte y elegir aquello que mejor te viene”.